8 de octubre del 2025
Me temo que el esfuerzo me supera.
He revisado textos de esa novela, La ciudad espejo, y me veo sin fuerzas para encararla. Pasa el tiempo. Imprimí creyendo que así facilitaría las cosas.
Me siento lejana.
Desde luego en este repaso no saco nada en claro.
Estoy en otra onda.
No me siento parte de ella.
Hice un blog y allí queda.
Reescribirla no me motiva.
Tantas migrañas merman mi energía.
No me siento motivada.
Sé que busco estar en pantalla para soltarme, pero ni lo que tenía o saco me arrastra a seguir su impulso.
Releo en mis blogs.
A veces siento inútil todo esto.
Participo en propuestas para escribir, creyendo que eso abrirá mi escritura.
A veces pienso que la novela no ha sido más que una exploración, una vivencia para ponerme en la piel de un proceso y estar de ese lado, pero que mi texto es otro.
Escribir me anima el día. Me ocupa.
Cuando renuevo recuerdos busco recoger su rastro.
Apuntó ideas. Reflexiones.
Tengo que apuntar un mantra.
Revisaré los textos de La ciudad espejo.
Viene del veintidós y veintitrés.
Me demoro.
Al principio fue que después de ella nacieron otras narrativas. Debía atenderlas y esperar su regreso.
En la primavera imprimí en tienda el primer texto. Para usar marcas sobre él.
Arrinconado y olvidado.
Había hecho un intento en ordenador y no paraba de talar.
De unas doscientas páginas me iba a quedar en pocas.
No conecto con lo que allí escribí. Así pensé ayer después de leer algunas entradas del blog en que fui compartiendo conforme escribía.
Todo empezó revisando notas del veintitrés. No encajaba el texto. No sabía a cuento de qué. Era algo inconexo.
Di otras vueltas y caí en cuenta.
Reconocí al personaje. No el principal. Empiezo a olvidar. Sólo conservo la esencia.
Hoy me propuse desempolvar en ordenador y ponerme a trabajar.
Trabajar, qué pereza.
Mañana, quizá.
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