sábado, 22 de noviembre de 2025

Novelarse 26

 Es cierto, yo fui.

No me recuerdo en ese antes, pero me sé.

Aquella niña de ojos grandes y oscuros que miraba el mundo con admiración, confiada y alegre. La que sin saber poner los pies en el suelo y mantenerse o caminar, bailoteaba al compás de esa música radiofónica en una casa en ciudad, fuera de sus calles y aceras. Con una fachada cochambre que en un futuro se iba a reformar. Con balcón en el dormitorio principal, donde su cuna habitaba hasta compartir la segunda cama con el hermano año y medio por delante. 

Es posible que ese antes y después se marque con exactitud el día que entró la niña en ese edificio de olores de serrín, para enfrentarse a actitudes que le fueron marcando por dónde no ir.

También ese lastre se puede marcar en el día que se dividió la estancia de su soñar y al hermano lo llevaron a la otra mitad. Quedando sola en una cama que sería suya hasta los dieciséis.

Allí, desde los cinco, tuvo sus miedos y decepciones. Sus muebles oscuros y viejos de madera, quizá de roble.

La ropa colgada quedaba en la habitación de los padres. Un armario con una puerta de espejo. Una cortina y una barra alargando su espacio en pared.

Encima de la cabecera un crucifijo. Cruz de madera y crucificado clavado de metal. Elemento que se mantuvo en ese y el siguiente lugar, cuando por fin cambiaron al piso con calefacción y baño completo.

Para ese fin, en la casa nunca hubo una ducha o bañera. Lavarse por partes en la cocina, fuera de las miradas de hermano y padre. Con discreción para no molestar. 

Allí el mensaje de que la desnudez se debía tapar a ojos de hombres, incluso los que decían amar.

Entre mujeres no habría peligros. Después vendría disimular formas y cuestionarlas, como si dependieran de tu voluntad.

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