Di clases en barrios de penuria.
Alumnado con vidas complejas.
Muchas veces nos dijimos que el tiempo que pasaban en el centro escolar era una oportunidad de calma.
Puedo evocar esos años. Esos encuentros. Aquellos y aquellas que amé y dejé marchar, porque eran no míos.
Les di lo que tenía. Nada les evité.
Quise ser para ellos.
Mis creencias difusas se aparcaban y jugaba en su mundo, alimentando con versos y cuentos muchos momentos.
Mi primera Navidad de maestra tiene conexiones con uno de los libros leído en el año que está pronto a acabar.
Puedo nombrarlos en mi mente. No escribir su nombre aquí.
Hicimos adornos para adornar nuestro espacio. Villancicos y amor. Mucho amor.
Los años me han llevado lejos en el tiempo, pero mi memoria me regala gratos momentos.
Otras navidades de escuela.
Otros viajes de ida y vuelta. A la casa familiar que sólo puedo recordar. De aquello llegaron más y más imágenes. Fotos con las que pretendía congelar el instante fugaz.
Vídeos con nuestras voces y respirar.
Pero el mejor recuerdo es el que desde mi cerebro puedo evocar, aunque sea fugaz.
Ya nos llegó el día del encuentro.
Noche que aún tiene magia y fantasía para nuestros pequeños.
Estaremos allí, si nada lo impide.
Y mañana de nuevo.
Sus emociones llenarán el arca de nuestros recuerdos.
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