Imagina que
Hoy has salido de casa temprano y en el camino te has
cruzado con él. Te ha mirado, pero no te ha saludado porque nadie os ha
presentado. Has tenido ese impulso que casi te ha llevado a decirle hola, pero
te has contenido y al pasar de largo te has arrepentido. Hubieras dado
cualquier cosa por volver a coincidir. Vuelves para tentar tu suerte, pero no
está, se fue en otra dirección. No siempre te encuentras frente a frente y en
ese caso hubo una razón que debiste obviar. Si tienes otra oportunidad buscarás
la manera de poderle hablar.
Que mañana volverás a salir a la misma hora y pasarás por
los mismos pasos para buscar una segunda oportunidad.
-Ella me ha mirado y me hubiera gustado decirle que sus ojos
reflejan el cielo de su alma.
-Parece que quería hablarme y yo torpe no le he dado
facilidades.
-Mañana volveré a pasar por el mismo lugar y a la misma hora
para ver si puedo coincidir con ella.
-Lo he de lograr.
-Es ella y no puedo descuidarme.
Suena el despertador y lo apagas de un manotazo. No es hora
y te das la vuelta. Lo tienes programado para que suene dentro de media hora.
Suena de nuevo, ahora sí que pones los pies en el suelo. De pronto recuerdas
que ayer saliste antes y por eso te encontraste con ella. Te precipitas para
ganar tiempo. Apenas unos minutos y ya estás en la calle, sales corriendo, te
cruzas con alguien que cae y tú casi. Es ella. Te mira con sorpresa y te dice:
-¡Hola! No caes en la cuenta, no la reconoces, buscas ese reflejo en los ojos,
ese atisbo de infinito que ayer se cruzó en tu camino. Titubeas y respondes:
-Lo siento, ¿te has hecho daño? Ella titubea y temblando se entrega a tus
brazos para que la ayudes a incorporarse del suelo. Tú la atiendes sin
apercibirte de ese temblor que de su alma sale.
Tu corazón acelerado parece que te salta del pecho. Es él
quien se ha cruzado contigo.
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