jueves, 23 de febrero de 2012

Velad por nosotros

Sin rumbo.

Necesito escucharme.

Busco la sombra que proyectan mis pasos.

He perdido la brújula que hasta ahora marcaba mi norte.

Descreída y sorprendida, camino hacía mi ocaso.

No he de precipitarlo.

¿Cómo añadirle los condimentos necesarios?

¿Cómo?

Vacío se ha hecho dueño de mis pensamientos.

Palabras que intento tejer para proyectarme y saberme.

Estelas borradas en ese cielo que quiero me ampare.

Los astros y los componentes de este mundo materializado dejan de tener relieve.

Todo es nuevo.

El cuerpo que me trajo al mundo se está descomponiendo a espaldas nuestras. Encerrado en caja mortuoria, y tapiado en estrecho nicho.
Espacio mínimo para tu mortaja.
Pensé que no soportaría tenerte allí.
Ahora quisiera ser testigo de ese proceso que te lleva al polvo.

Le pedí a la madre tierra que esperara.
¡Esperó!
Me dio tiempo para que pudiera tenerte a mi alcance, para que mis labios pudieran besarte, para que mis ojos pudieran mirarte, para que mi piel supiera de tu contacto.

¡Madre!
Te lloraré siempre.

Olvido no es mi deseo.

Quiero recordarte.

Fotografías que conservo y miro dibujaran esos trazos que el tiempo se lleva.

Deseo verme en tus brazos, siendo niña.

Te quise sólo mía.

Estaba mi hermano, pero no por ello dejaba de sentirte mía.

Tuviste cuatro hijos.
Vivimos dos.
Los dos primeros murieron sin dejar la cuna.

En tu ancianidad los recordabas.

Hablabas de ellos.

Yo te escuchaba.

Tu voz hoy silencio.

Vibraciones que evocaría con mis recuerdos.

Recordé tu rostro y me sentí feliz.

Te pensaba con insistencia.

Ahora es distinto.
Escribo y mis ojos recuperan el llanto silencioso.

Sé que te tengo.
No sé cómo, pero lo sé.

Eres mi madre.

Un corazón que se hizo pedazos y a penas supo sustentarte, entregado sin reparos a quienes amaste.
Sobre todo a papá.
Él tuvo en ti lo más grande.
Yo la mejor de las madres.
Fuiste grande.
Lo eres para quienes tuvimos la suerte de tenerte.
Tuviste las mejores prendas.
Nunca pensaste en tu provecho. El nuestro te alegraba la vida.

Tenías carácter.
El mejor ejemplo de humanidad y coraje.

Te llegó la hora.
No pude pedir prórroga.
Descansaste.
Tu rostro sereno recibió el último soplo de aire.
Después vinieron adioses.
Era un día frío.
Más aún por esa carencia que el cuerpo delató, no entrando en calor durante esa madrugada.

Hace tres semanas, me acosté pensando en levantarme temprano para estar a tu lado al día siguiente.
Estuve a tu lado, pero tras el cristal que te exponía a nuestras miradas y llantos.
Vestiste el traje que te pusiste para las bodas de oro.

Hoy tu hermana ha seguido el mismo rumbo.

Si es cierto que los que mueren se encuentran con los suyos, allí la tienes.

Velad por nosotros.
Los que quedamos al libre albedrío y a los avatares de una vida que esperamos sea larga y poco cruda.

1 comentario:

Emilio Porta dijo...

Bellos y sentidos pensamientos sobre tu madre, tu momento, Anna. Un abrazo.